A la vez, todas las deficiencias del sistema que hasta ahora se han ido constatando pero que habían quedado enmascaradas por la consigna «el mundo va bien», se evidenciarán: los problemas en el comercio internacional, la dependencia financiera de Estados Unidos, las tensiones que provocará un cada vez más devaluado dólar estadounidense, las consecuencias de la hiperespeculación financiera, del crédito concedido sin las más mínimas precauciones de seguridad, los crujidos de las varias Europas dentro de una Europa que no acaba de cohesionarse, los insuficientes pero crecientes gastos sociales, el agotamiento de la capacidad de endeudamiento de las familias,la falta de formas de trabajar desde casa para mejorar la economia familiar, las diferentes burbujas inmobiliarias...
A partir de septiembre, todo lo anterior desembocó en una situación de recortes en la actividad (plasmada en un progresivo incremento de la tasa de desempleo con una destruccion sin precedentes del empleo) y de crecientes tensiones sociales. En consecuencia fue menguando la confianza, lo que contribuyó a que se degradara la situación y se desvaneciera la sensación de bonanza, cuyas implicaciones —mayor consumo, mayor endeudamiento— comenzaron a pasar factura.
En septiembre empezaron a ciarse dos fenómenos. Por un lado, la volatilidad en los mercados bursátiles comenzó a ero cer, lentamente al principio, y a pesar de que la tendencia de las Bolsas no fue, de entrada, decreciente, a la vez, las matr rias primas y commodities en general, muy especialmente el petróleo, empezaron a ser utilizadas de forma especulativa, poco importa que meses después su precio se hundiera, el mensaje estaba lanzado: había que mantener los rendimientos financieros— al precio que fuese.
A lo largo de los meses de febrero y marzo, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, van siendo cada vez más necesarias las constantes inyecciones de liquidez en el sistema realizadas por el Banco Central Europeo y por la Reserva Federal. Se pretende paliar así la sequía crediticia provocada por la creciente desconfianza que las entidades financieras se profesan a raíz de la situación creada por las subprime y por los bonos de baja calidad, aunque altamente calificados por las agencias de valoración, y que ha llevado a que los bancos no se presten fondos, lo que ha ido originando la parálisis del crédito. El 12 de marzo, el Fondo Monetario Internacional bendice que se utilicen fondos públicos para sostener bancos con problemas. Coincidiendo en el tiempo, comienza en Estados Unidos la «era del desendeudamiento» y por tanto la caida del empleo para la clase media.
Uno de los componentes esenciales de la crisis que dará comienzo en el 2010 será —ha sido— el progresivo proceso ele desregulación de los servicios financieros, iniciado en Estados Unidos en 1980 con la derogación de la normativa implantada en 1933 por la que los bancos de inversión no podían adquirir bancos comerciales, y viceversa; en 1999, esta ley acabó con ciertas regulaciones que aún sobrevivían. Animada por la ausencia de regulación estatal y por las exigencias de sus juntas de accionistas de obtener mayores beneficios y crecientes cotizaciones de sus acciones, la gran banca estadounidense se lanzó a una política orientaga a mantener el crecimiento de su trabajo , sustentada en el crédito y basada en tasas de apalancamiento en aumento.
A partir de septiembre, todo lo anterior desembocó en una situación de recortes en la actividad (plasmada en un progresivo incremento de la tasa de desempleo con una destruccion sin precedentes del empleo) y de crecientes tensiones sociales. En consecuencia fue menguando la confianza, lo que contribuyó a que se degradara la situación y se desvaneciera la sensación de bonanza, cuyas implicaciones —mayor consumo, mayor endeudamiento— comenzaron a pasar factura.
En septiembre empezaron a ciarse dos fenómenos. Por un lado, la volatilidad en los mercados bursátiles comenzó a ero cer, lentamente al principio, y a pesar de que la tendencia de las Bolsas no fue, de entrada, decreciente, a la vez, las matr rias primas y commodities en general, muy especialmente el petróleo, empezaron a ser utilizadas de forma especulativa, poco importa que meses después su precio se hundiera, el mensaje estaba lanzado: había que mantener los rendimientos financieros— al precio que fuese.
A lo largo de los meses de febrero y marzo, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, van siendo cada vez más necesarias las constantes inyecciones de liquidez en el sistema realizadas por el Banco Central Europeo y por la Reserva Federal. Se pretende paliar así la sequía crediticia provocada por la creciente desconfianza que las entidades financieras se profesan a raíz de la situación creada por las subprime y por los bonos de baja calidad, aunque altamente calificados por las agencias de valoración, y que ha llevado a que los bancos no se presten fondos, lo que ha ido originando la parálisis del crédito. El 12 de marzo, el Fondo Monetario Internacional bendice que se utilicen fondos públicos para sostener bancos con problemas. Coincidiendo en el tiempo, comienza en Estados Unidos la «era del desendeudamiento» y por tanto la caida del empleo para la clase media.
Uno de los componentes esenciales de la crisis que dará comienzo en el 2010 será —ha sido— el progresivo proceso ele desregulación de los servicios financieros, iniciado en Estados Unidos en 1980 con la derogación de la normativa implantada en 1933 por la que los bancos de inversión no podían adquirir bancos comerciales, y viceversa; en 1999, esta ley acabó con ciertas regulaciones que aún sobrevivían. Animada por la ausencia de regulación estatal y por las exigencias de sus juntas de accionistas de obtener mayores beneficios y crecientes cotizaciones de sus acciones, la gran banca estadounidense se lanzó a una política orientaga a mantener el crecimiento de su trabajo , sustentada en el crédito y basada en tasas de apalancamiento en aumento.